DISCURSO A FAVOR DE LA GRATUIDAD DE LA ENSEÑANZA
Es lo que pasa cuando te da por leer mientras estás unos días en la playa. He encontrado algo tan llamativo como un discurso pronunciado hace 151 años, un discurso viejo, de estilo antiguo que a veces incluso causa sonrisas, pero un discurso con el que se defendió hace siglo y medio muchas libertades que entonces no existían en España y con las que ahora contamos. Emilio Castelar, una figura histórica en nuestro país y en la América latina, un firme defensor de la democracia, de la gratuidad de la enseñanza, de la abolición de la esclavitud y de la libertad de imprenta, así como de la separación de la iglesia del estado. Todas estas ideas, tan comunes hoy en día, tan normales para nosotros, requirieron para ser aceptadas en nuestra sociedad grandes esfuerzos y mucha constancia.
Con este discurso se dio a conocer Castelar, el día 25 de Septiembre de 1854, cuando el minoritario partido demócrata al que pertenecía organizó una reunión en el Teatro de Oriente de Madrid. Contaba con veintidós años y sorprendió a los presentes con su locuacidad, vehemencia y claridad de ideas. Castelar intervino cuando los asistentes se encontraban ya cansados, pero fue capaz de eliminar todo cansancio de su ánimo y consiguió el apoyo del auditorio. También se dice de este discurso que fue construido en muy pocas horas, pues Elimio Castelar no acudía con intención de hablar.
En esa época, los discursos eran todo un ejercicio de retórica y prosa, eran extensos y muy floridos. El texto es demasiado largo para que yo lo escriba entero y para que una persona de hoy, apresurada, lo lea de una vez de principio a fin. Copio únicamente la parte central del discurso, en la que realmente hace alusión a los principios de sufragio universal y libertad de imprenta. Anteriormente, ha estado hablando de la revolución, de la universalidad de los principios democráticos, los autoritarismos... Es cuando comienza a exponer lo que yo copio, comenzando por la idea de que el pueblo merece el derecho de voto y la enseñanza gratuita para salir de su ignorancia ya que es quien ha dado su vida por la libertad luchando en la revolución que acababa de finalizar, ha sido quien ha muerto en la batalla y sin embargo la política le niega el derecho a expresarse en las urnas. Prestad atención a la grandilocuencia con la que se expresa, bastante exagerada para lo que hoy día se aceptaría, pero que en aquél entonces era sumamente emotivo, eran palabras que ensalzaba el ánimo de los oyentes.
Señores: la revolución no puede ser popular si el sufragio no es amplio; mejor diré, si no es completo. Dicen que el pueblo no conoce sus derechos: ¡Ay! El jornalero que abandona su hogar, desoye el lloro de su mujer y de sus hijos, únicos lazos que le atan a la tierra, se lanza a la calle ofreciendo desnudo pecho al plomo asolador del despotismo, lucha con denuedo y muere con gloria, el pobre pueblo siempre esclavo, ¿se verá halagado el día tremendo de las contiendas sangrientas y vilmente proscrito el día feliz de las contiendas legales? (Prolongados y repetidos aplausos que impiden continuar al orador por un momento.) ¿Su voz no ha de resonar sino entre el estruendo de las fraticidas armas, y su majestuosa figura no ha de lucir sino al pálido resplandor de las hogueras? El pueblo da la vida por su libertad, pero no puede dar por la libertad su voto. ¡Qué sofisma!
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Señores, ¡el pueblo del siglo XIX no es ilustrado! Eso es mentira. Ese pueblo tiene por cetro el rayo, por mensajero el relámpago. Ese pueblo mandó un día en la convención que la victoria le obedeciera y le obedeció la victoria (Aplausos.) Ese pueblo ha recibido la herencia de todos los siglos y ha reconquistado con la fuerza de sus ideas la completa serie de todos sus derechos; ese pueblo, en fin, ha visto los fantasmas de lo pasado caer trémulos de espanto a sus pies pidiendo un ósculo de paz. (Ruidosos aplausos.) Necesita educación. ¡Quien no lo duda! He aquí, señores, el instante oportuno para hablar libremente de la libertad de enseñanza. Yo la admiro como principio absoluto, yo la rechazo como principio de aplicación. Señores, no dudaréis que la Francia nos ha precedido en muchos períodos de civilización, aunque después haya abandonado vergonzosamente su gloriosa obra. ¿Sabéis, pues, quién defendía en Francia la libertad de enseñanza? La defendía Montalembert. ¿Sabéis quién atacaba en Francia la libertad de enseñanza? La atacaba Victor Hugo. El mismo programa que estamos discutiendo ha comprendido esta verdad al pedir que la enseñanza sea gratuita, pues si es gratuita no puede ser libre, y si es libre no puede ser gratuita; porque ¿con qué derecho forzarías al hombre que necesita del trabajo para vivir a que enseñase gratuitamente? Hoy las nuevas inteligencias que se despiertan a la triste lucha de la vida, deben ser educadas por el Estado y para el Estado. De otra suerte, la enseñanza vendría a parar a nuestros enemigos y nuestros enemigos, de seguro, no le dirían al pueblo que son soldados de su inmortal cruzada el divino Homero, creador de los dioses; Esquilo, que desafiaba a los tiranos en el campo y en la escena; Sófocles, que cantó las miserias de los reyes; el justo Sócrates, el angelical Platón y el triste Lucrecio; no le recordarían, no, que la libertad cuenta entre sus cantores al Dante, entre sus apóstoles a santo Tomás y entre sus mártires a Dios. (Aplausos repetidos y prolongados) (En 1854 la religión seguía estando presente en los discursos políticos...)
Señores: Toda libertad no puede existir sin que tenga por límite otra libertad. Así es que la libertad de enseñanza podrá realizarse cuando la libertad de cultos sea completa; cuando la libertad de imprenta sea absoluta; y aquí, señores, llamo vuestra atención. La imprenta, que, entre nosotros, es una organización, un poder, debe perder esa forma, porque los poderes nos abruman. Sus ideas deben ser consideradas como ideas individuales; así, señores, la imprenta no tendrá fuerza para derribar a los gobiernos. Esto sucede en todos los pueblos libres. En Inglaterra la imprenta dice todo lo decible sin que la sociedad se conmueva; en los Estados Unidos la imprenta sostiene todo lo sostenible contra el presidente, sin que el presidente caiga. Aquí, señores, mientras la imprenta tenga fuero propio, mientras preste un depósito, será, fuerza es decirlo, será una aristocracia; y tened entendido que siendo de esta forma, la aristocracia del capital representa por lo mismo a la más temible y a la menos gloriosa de todas las aristocracias. (Aplausos)...
El discurso termina de la siguiente forma:
... Pidamos que las clases menesterosas reciban el pan de la inteligencia, no del Estado, sino de la libertad de su trabajo. El trabajo, señores, que es en la propiedad lo que el cincel de Fidias es al mármol (muchos aplausos), debe recibir de la justicia la debida recompensa. (Reiterados aplausos) En fin, señores, pidamos a Dios que Inglaterra sea verdaderamente aliada de la libertad; que Alemania, mente del mundo, nos revele nuevos misterios de la ciencia, nuevos secretos del arte; que Francia sacuda su letargo y vuelva a ser el tribuno de los pueblos; que Hungría y Polonia rasguen sus túnicas de esclavas, y que Italia, esa prodigiosa artista que regala con dulces armonías el sueño de sus señores, se levante herida de sus recuerdos y recoja del suelo la rota lanza de Bruto y de Cincinato, porque con ideas tan grandes el triunfo de la libertad será, sí, eterno. He dicho. (Aplausos entusiasmados y prolongados)
Biografía de Emilio Castelar:
http://www.ensayistas.org/filosofos/spain/castelar/biografia.htm
Lamentablemente no encuentro el discurso en internet, de modo que no puedo poner un enlace al texto completo.
Con este discurso se dio a conocer Castelar, el día 25 de Septiembre de 1854, cuando el minoritario partido demócrata al que pertenecía organizó una reunión en el Teatro de Oriente de Madrid. Contaba con veintidós años y sorprendió a los presentes con su locuacidad, vehemencia y claridad de ideas. Castelar intervino cuando los asistentes se encontraban ya cansados, pero fue capaz de eliminar todo cansancio de su ánimo y consiguió el apoyo del auditorio. También se dice de este discurso que fue construido en muy pocas horas, pues Elimio Castelar no acudía con intención de hablar.
En esa época, los discursos eran todo un ejercicio de retórica y prosa, eran extensos y muy floridos. El texto es demasiado largo para que yo lo escriba entero y para que una persona de hoy, apresurada, lo lea de una vez de principio a fin. Copio únicamente la parte central del discurso, en la que realmente hace alusión a los principios de sufragio universal y libertad de imprenta. Anteriormente, ha estado hablando de la revolución, de la universalidad de los principios democráticos, los autoritarismos... Es cuando comienza a exponer lo que yo copio, comenzando por la idea de que el pueblo merece el derecho de voto y la enseñanza gratuita para salir de su ignorancia ya que es quien ha dado su vida por la libertad luchando en la revolución que acababa de finalizar, ha sido quien ha muerto en la batalla y sin embargo la política le niega el derecho a expresarse en las urnas. Prestad atención a la grandilocuencia con la que se expresa, bastante exagerada para lo que hoy día se aceptaría, pero que en aquél entonces era sumamente emotivo, eran palabras que ensalzaba el ánimo de los oyentes.
Señores: la revolución no puede ser popular si el sufragio no es amplio; mejor diré, si no es completo. Dicen que el pueblo no conoce sus derechos: ¡Ay! El jornalero que abandona su hogar, desoye el lloro de su mujer y de sus hijos, únicos lazos que le atan a la tierra, se lanza a la calle ofreciendo desnudo pecho al plomo asolador del despotismo, lucha con denuedo y muere con gloria, el pobre pueblo siempre esclavo, ¿se verá halagado el día tremendo de las contiendas sangrientas y vilmente proscrito el día feliz de las contiendas legales? (Prolongados y repetidos aplausos que impiden continuar al orador por un momento.) ¿Su voz no ha de resonar sino entre el estruendo de las fraticidas armas, y su majestuosa figura no ha de lucir sino al pálido resplandor de las hogueras? El pueblo da la vida por su libertad, pero no puede dar por la libertad su voto. ¡Qué sofisma!
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Señores, ¡el pueblo del siglo XIX no es ilustrado! Eso es mentira. Ese pueblo tiene por cetro el rayo, por mensajero el relámpago. Ese pueblo mandó un día en la convención que la victoria le obedeciera y le obedeció la victoria (Aplausos.) Ese pueblo ha recibido la herencia de todos los siglos y ha reconquistado con la fuerza de sus ideas la completa serie de todos sus derechos; ese pueblo, en fin, ha visto los fantasmas de lo pasado caer trémulos de espanto a sus pies pidiendo un ósculo de paz. (Ruidosos aplausos.) Necesita educación. ¡Quien no lo duda! He aquí, señores, el instante oportuno para hablar libremente de la libertad de enseñanza. Yo la admiro como principio absoluto, yo la rechazo como principio de aplicación. Señores, no dudaréis que la Francia nos ha precedido en muchos períodos de civilización, aunque después haya abandonado vergonzosamente su gloriosa obra. ¿Sabéis, pues, quién defendía en Francia la libertad de enseñanza? La defendía Montalembert. ¿Sabéis quién atacaba en Francia la libertad de enseñanza? La atacaba Victor Hugo. El mismo programa que estamos discutiendo ha comprendido esta verdad al pedir que la enseñanza sea gratuita, pues si es gratuita no puede ser libre, y si es libre no puede ser gratuita; porque ¿con qué derecho forzarías al hombre que necesita del trabajo para vivir a que enseñase gratuitamente? Hoy las nuevas inteligencias que se despiertan a la triste lucha de la vida, deben ser educadas por el Estado y para el Estado. De otra suerte, la enseñanza vendría a parar a nuestros enemigos y nuestros enemigos, de seguro, no le dirían al pueblo que son soldados de su inmortal cruzada el divino Homero, creador de los dioses; Esquilo, que desafiaba a los tiranos en el campo y en la escena; Sófocles, que cantó las miserias de los reyes; el justo Sócrates, el angelical Platón y el triste Lucrecio; no le recordarían, no, que la libertad cuenta entre sus cantores al Dante, entre sus apóstoles a santo Tomás y entre sus mártires a Dios. (Aplausos repetidos y prolongados) (En 1854 la religión seguía estando presente en los discursos políticos...)
Señores: Toda libertad no puede existir sin que tenga por límite otra libertad. Así es que la libertad de enseñanza podrá realizarse cuando la libertad de cultos sea completa; cuando la libertad de imprenta sea absoluta; y aquí, señores, llamo vuestra atención. La imprenta, que, entre nosotros, es una organización, un poder, debe perder esa forma, porque los poderes nos abruman. Sus ideas deben ser consideradas como ideas individuales; así, señores, la imprenta no tendrá fuerza para derribar a los gobiernos. Esto sucede en todos los pueblos libres. En Inglaterra la imprenta dice todo lo decible sin que la sociedad se conmueva; en los Estados Unidos la imprenta sostiene todo lo sostenible contra el presidente, sin que el presidente caiga. Aquí, señores, mientras la imprenta tenga fuero propio, mientras preste un depósito, será, fuerza es decirlo, será una aristocracia; y tened entendido que siendo de esta forma, la aristocracia del capital representa por lo mismo a la más temible y a la menos gloriosa de todas las aristocracias. (Aplausos)...
El discurso termina de la siguiente forma:
... Pidamos que las clases menesterosas reciban el pan de la inteligencia, no del Estado, sino de la libertad de su trabajo. El trabajo, señores, que es en la propiedad lo que el cincel de Fidias es al mármol (muchos aplausos), debe recibir de la justicia la debida recompensa. (Reiterados aplausos) En fin, señores, pidamos a Dios que Inglaterra sea verdaderamente aliada de la libertad; que Alemania, mente del mundo, nos revele nuevos misterios de la ciencia, nuevos secretos del arte; que Francia sacuda su letargo y vuelva a ser el tribuno de los pueblos; que Hungría y Polonia rasguen sus túnicas de esclavas, y que Italia, esa prodigiosa artista que regala con dulces armonías el sueño de sus señores, se levante herida de sus recuerdos y recoja del suelo la rota lanza de Bruto y de Cincinato, porque con ideas tan grandes el triunfo de la libertad será, sí, eterno. He dicho. (Aplausos entusiasmados y prolongados)
Biografía de Emilio Castelar:
http://www.ensayistas.org/filosofos/spain/castelar/biografia.htm
Lamentablemente no encuentro el discurso en internet, de modo que no puedo poner un enlace al texto completo.
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