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SOMOS LO QUE HACEMOS CON NUESTRO TIEMPO

SOMOS LO QUE HACEMOS CON NUESTRO TIEMPO Tras leer el famoso libro de Dale Carnegie (famoso al menos en este blog) y pensar varias veces, a ratos, sobre el tema, comienzo a ver ciertas cosas de un modo distinto al que era habitual en mí. Una de las conclusiones de mi lectura... bien... va a resultar extraño de enunciar... es que para explicar el puesto en la sociedad que ocupa una persona lo que hay que tener en cuenta principalmente es el tiempo que ha empleado en aprender las tareas que efectúa. Últimamente se escucha mucho hablar de los genes o del cociente intelectual y lo que veo es que realmente no tiene nada que ver con el progreso de la gente. Es el tiempo que una persona dedica a aprender y practicar el que determina las capacidades de cada uno en cada momento. Tratando de poner un ejemplo, puedo comparar la figura del universitario con la de una persona autodidacta. El universitario ha dedicado unos cuantos años de su vida a su formación, asistida por un aparato logístico que hay tras él compuesto por unas instalaciones y unos orientadores de su estudio. El individuo autodidacta se provee él mismo del espacio para el estudio, de los materiales y del temario. Si ambos estudian el mismo temario, lo que acaba midiendo la cantidad de conocimientos que ambos tienen al final de su estudio es ni más ni menos que el tiempo y el esfuerzo dedicado a adquirir los conocimientos. Y si el individuo autodidacta dedica el doble de tiempo a estudiar su temario que el universitario y además es consciente de que para implantar ese conocimiento en su mente lo importante es asociarlo y practicarlo, acabará obteniendo una gran ventaja respecto a “su competidor” (su competidor en este ejemplo).

Hace varios días podía ver en televisión cómo un político hispano era presentado en California por el gobernador Arnold Schwarzenegger, el reportero señalaba como punto anecdótico que no había terminado de ir a la escuela. No es un caso excepcional en la política. Varios presidentes de EEUU no han acudido a la escuela y han alcanzado tal logro aprendiendo a influir a los demás usando su carisma y aprendiendo por sus propios medios todo lo que necesitaban para progresar socialmente. Esa gente, consciente a una corta edad de que tenía un menor nivel cultural que la mayoría de las personas, comenzó a dedicar grandes cantidades de tiempo y de esfuerzo a cultivarse. Al final, el tiempo y el esfuerzo invertido en tal tarea superaba con creces a la de los demás habitantes de su país. La fórmula mágica: esforzarse y practicar con continuidad. Luego, cuando a uno de esos políticos se le asigna una función, aunque sea un terreno nuevo para ella, demostrará su valía si se esfuerza y le dedica el tiempo necesario para llevarla a cabo.

El tiempo y el esfuerzo se complementan con la una correcta metodología de aprendizaje, quiero decir que una persona que encuentra técnicas que le ayudan a la asociación de conocimientos y a la práctica de habilidades da un impulso extra a todo aquello que trata de aprender. Por ejemplo, en el caso del estudio memorístico, leer una y otra vez un tema apenas sirve para aprender, siendo más eficaz relacionar lo que se trata de aprender con lo que ya se sabe o bien visualizar mentalmente los datos o representarlos con figuras o historias, que permanecen con más facilidad en la memoria. Si tengo que aprender un número de teléfono, lo aprenderé mucho antes si le creo una historia. El número de teléfono 968-021984 lo recordaría inmediatamente formulándome la siguiente frase: en Murcia, en el mes en que nací, en el año en que nació tal persona que conozco (que nació en 1984).

Por seguir con los ejemplos, hace pocos días también vi un pequeño reportaje sobre Fernando Alonso, el corredor de fórmula 1 y su historia coincidía perfectamente con este patrón. Siendo chico, ya estaba aprendiendo a manejar karts y ya dedicaba su tiempo y esfuerzo en esa tarea. Ahora siendo adulto, su experiencia en esa técnica sobrepasa la de la mayoría de nosotros.

Esa gente que destaca, no lo hace por haber acudido a un programa de estudio oficial, pero ni siquiera porque su configuración genética es mejor que la de los demás. El nivel que demuestran en esas tareas es fruto del esfuerzo dedicado durante más tiempo que la mayoría de la población.

Siguiendo con los ejemplos, un amigo me comentaba hace dos días que su padre había aprendido a leer por su cuenta y había llegado a progresar en la vida sin ningún tipo de estudio oficial. Bueno, su padre quizá aprovechó mejor el tiempo y su propia capacidad que la de muchas personas que siguen la vía oficial, sumemos el número de horas que han empleado para progresar en su educación o para avanzar socialmente y veamos quién ha acumulado más y quién ha tenido mayor motivación.

Tras pensar en todo esto, llego a la conclusión de que la escuela, el bachiller y la universidad no han de ser lugares dedicados a la enseñanza obligatoria y forzada, sino dedicados más bien al entrenamiento de la persona en las técnicas que le permitan el aprovechamiento de su tiempo y su esfuerzo para aprender a su vez técnicas y conocimientos útiles para su vida, es decir, que deben ser todo lo contrario a lo que son hoy en día gracias a la Logse, Loce, Loe, etc... Es esta la clave para que una persona madure intelectualmente y nunca deje de progresar en su vida. El gran volumen de conocimientos que reciben los estudiantes debe servir para perfeccionar su maquinaria cerebral, para desarrollarla, para hacerla capaz de acometer grandes empresas.

Al final, creo que toda esta parafernalia de las titulaciones, que nos sirven en cierta manera para medir nuestro grado cultural, no es sino un intento de reflejar esto, solo que no llega realmente hasta el quid de la cuestión. Un titulado en formación profesional se diferencia de un titulado universitario en el tiempo y esfuerzo que han demostrado invertir con éxito en la obtención del título, pero si tras la obtención del título su única ambición es la de desarrollar el mínimo esfuerzo posible en la vida entonces nuestro sistema educativo ha resultado ser un fracaso, no ha formado a alguien eficaz, ni único, ni autosuficiente, sino que ha permitido que una persona obtenga un reconocimiento por algo que ha hecho gracias a una presión constante y que no volverá a intentar jamás una vez esta desaparece, pues no ha aprendido a dedicar su tiempo a perfeccionarse.

Por añadir un ejemplo más, para poco sirve a la sociedad la titulación que ha conseguido un funcionario si después acaba en un entorno en el que no hay motivación y en el que apenas se desarrolla un esfuerzo... que un funcionario tenga titulación casi parece anecdótico y diría que se exige más bien porque si no se hiciera, el amiguismo y enchufismo batiría records aún más altos en la administración pública...

Y aquí dejo el post. Aún tengo que seguir dándole vueltas al tema, creo que he escrito todo esto más bien por expresarlo y ordenar un poco mis pensamientos

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