RIÉNDOSE ANTE LA MUERTE
Esto escribía en su obra Testamento el goliardo Francois Villon, primer poeta maldito de Francia mientras esperaba que se cumpliera la sentencia de muerte a la que había sido condenado:
Yo soy Francois, lo cual me pesa.
Nacido en París, junto a Pontoise
Y de la cuerda de una toesa
sabrá mi cuello lo que mi culo pesa.
Hasta ahora se trataba de uno de los mejores ejemplos que conocía de un hombre condenado enfrentándose a la muerte con el sentido del humor como arma. Ante la muerte cierta, parece que el peso de la vida desaparece y más de uno torna su ánimo calmado y su lengua punzante. Ahora estoy leyendo los ensayos de Michel de Montaigne y en los Ensayos I, capítulo XIV me he encontrado uno de estos textos dedicado a las grandes preocupaciones humanas, y así se expresa respecto a los pesares de la gente y a la actitud ante la muerte:
Los hombres (dice una antigua sentencia griega) están atormentados por la idea que tienen de las cosas, no por las cosas en sí. Mucho ganaríamos en cuanto al alivio de nuestra mísera condición humana si se pudiese establecer siempre como verdadera esta tesis. Ya que si los males solo pueden penetrar en nosotros a través de nuestro juicio, parece lógico que esté en nuestro poder el despreciarlos o el tornarlos hacia el bien. Si las cosas se entregan a nuestra merced, ¿por qué no cambiarlas o adaptarlas en beneficio nuestro? Si lo que llamamos mal y tormento no es ni mal ni tormento de por sí, sino que solo nuestra fantasía le presta esta cualidad, en nosotros está el cambiarla. Y pudiendo escoger, si nadie nos fuerza, estamos prodigiosamente locos al tomar partido por lo más molesto y al dar a las enfermedades, a la indigencia y al desprecio, un gusto malo y amargo pudiendo dárselo bueno, y puesto que el destino sólo nos proporciona la materia, a nosotros toca el darle forma.
...
Cuántas personas del pueblo vemos que van a la muerte, y no a la muerte normal, sino envuelta en la vergüenza y a veces acompañada de atroces tormentos, con tanta serenidad, unos por tozudez, otros por necedad, que nadie advierte cambio alguno en su estado ordinario; ocupándose de los quehaceres domésticos, aconsejando a sus amigos, cantando, haciendo discursos y entreteniendo al vulgo, mezclando bromas incluso y bebiendo a la salud de sus conocidos al igual que Sócrates. Uno al que llevaban a la horca decía que no lo hiciesen por tal calle pues corría el peligro de que un tendero le echase el guante a causa de una antigua deuda. Decíale otro al verdugo que no le tocase la garganta porque no le hiciera retorcerse de risa de tan cosquilloso como era. Otro respondió al confesor que le prometía que cenaría esa noche con el Señor: Id vos, id vos, que yo por mi parte ayuno. Otro, habiendo pedido algo de beber, al haber bebido el verdugo primero dijo que no quería beber después de él por miedo a coger las viruelas. Todos hemos oído contar la historia del picardo aquél, al que, estando en el cadalso, le presentaron a una prostituta para (como nuestra justicia permite a veces) salvarle la vida si quería casarse con ella; él, habiéndola contemplado un poco y viendo que cojeaba, dijo: Quita, quita, que cojea.
Y me salgo un buen trozo y llego hasta la respuesta que le da un condenado al sacerdote que intenta conseguir que se encomiende a Dios:
Al hombre que le exhortaba a encomendarse a Dios, preguntole:
- Quién va para allá?
Respondiole el otro:
- Vos dentro de poco si a Él le place.
- ¿Estaré allí mañana por la noche? replicó.
- Encomendaos simplemente a Él prosiguió el otro - , pues pronto estaréis allí.
- Entonces más vale que yo mismo le lleve mis encomiendas añadió él.
Yo soy Francois, lo cual me pesa.
Nacido en París, junto a Pontoise
Y de la cuerda de una toesa
sabrá mi cuello lo que mi culo pesa.
Hasta ahora se trataba de uno de los mejores ejemplos que conocía de un hombre condenado enfrentándose a la muerte con el sentido del humor como arma. Ante la muerte cierta, parece que el peso de la vida desaparece y más de uno torna su ánimo calmado y su lengua punzante. Ahora estoy leyendo los ensayos de Michel de Montaigne y en los Ensayos I, capítulo XIV me he encontrado uno de estos textos dedicado a las grandes preocupaciones humanas, y así se expresa respecto a los pesares de la gente y a la actitud ante la muerte:
Los hombres (dice una antigua sentencia griega) están atormentados por la idea que tienen de las cosas, no por las cosas en sí. Mucho ganaríamos en cuanto al alivio de nuestra mísera condición humana si se pudiese establecer siempre como verdadera esta tesis. Ya que si los males solo pueden penetrar en nosotros a través de nuestro juicio, parece lógico que esté en nuestro poder el despreciarlos o el tornarlos hacia el bien. Si las cosas se entregan a nuestra merced, ¿por qué no cambiarlas o adaptarlas en beneficio nuestro? Si lo que llamamos mal y tormento no es ni mal ni tormento de por sí, sino que solo nuestra fantasía le presta esta cualidad, en nosotros está el cambiarla. Y pudiendo escoger, si nadie nos fuerza, estamos prodigiosamente locos al tomar partido por lo más molesto y al dar a las enfermedades, a la indigencia y al desprecio, un gusto malo y amargo pudiendo dárselo bueno, y puesto que el destino sólo nos proporciona la materia, a nosotros toca el darle forma.
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Cuántas personas del pueblo vemos que van a la muerte, y no a la muerte normal, sino envuelta en la vergüenza y a veces acompañada de atroces tormentos, con tanta serenidad, unos por tozudez, otros por necedad, que nadie advierte cambio alguno en su estado ordinario; ocupándose de los quehaceres domésticos, aconsejando a sus amigos, cantando, haciendo discursos y entreteniendo al vulgo, mezclando bromas incluso y bebiendo a la salud de sus conocidos al igual que Sócrates. Uno al que llevaban a la horca decía que no lo hiciesen por tal calle pues corría el peligro de que un tendero le echase el guante a causa de una antigua deuda. Decíale otro al verdugo que no le tocase la garganta porque no le hiciera retorcerse de risa de tan cosquilloso como era. Otro respondió al confesor que le prometía que cenaría esa noche con el Señor: Id vos, id vos, que yo por mi parte ayuno. Otro, habiendo pedido algo de beber, al haber bebido el verdugo primero dijo que no quería beber después de él por miedo a coger las viruelas. Todos hemos oído contar la historia del picardo aquél, al que, estando en el cadalso, le presentaron a una prostituta para (como nuestra justicia permite a veces) salvarle la vida si quería casarse con ella; él, habiéndola contemplado un poco y viendo que cojeaba, dijo: Quita, quita, que cojea.
Y me salgo un buen trozo y llego hasta la respuesta que le da un condenado al sacerdote que intenta conseguir que se encomiende a Dios:
Al hombre que le exhortaba a encomendarse a Dios, preguntole:
- Quién va para allá?
Respondiole el otro:
- Vos dentro de poco si a Él le place.
- ¿Estaré allí mañana por la noche? replicó.
- Encomendaos simplemente a Él prosiguió el otro - , pues pronto estaréis allí.
- Entonces más vale que yo mismo le lleve mis encomiendas añadió él.
3 comentarios
rosebud -
la muerte nos supera a pesar del talento, nos convierte en ausencia y nos hace incapaces ante el mundo, dejandonos sin luz.
lo siento, al final me he vuelto trascendental.
saludos.genial el post!
Atlante -
L'agüela -